jueves, 2 de mayo de 2013

Lo de las manzanas no tiene perdón




Tan pronto caen como nos hacen caer. A Adán en la tentación, a Newton en el descubrimiento de la ley de la gravedad. Dos historias, dos hombres, dos cosmovisiones unidas por una fruta, a mi juicio, la más insípida. No puede ser casualidad.

“La ley de la gravitación universal descubierta por Newton se escribe:




donde F es la fuerza, G es una constante que determina la intensidad de la fuerza, m1 y m2 son las masas de dos cuerpos que se atraen entre sí y r es la distancia entre ambos cuerpos, siendo el vector unitario que indica la dirección del movimiento”.

Sin tener ni pajolera idea de física, las coincidencias son tan evidentes que asusta. Se diría que la manzana que empujó al primer hombre al pecado de la carne fue la misma que, años más tarde, iluminó la fórmula que explicaría esa atracción inexorable entre los cuerpos. La que construyó, en un primer momento, un mundo presidido por una culpa gratuita, asentado en una fe de lo inexplicable, fue la que invitó a la humanidad al festival de la razón que todo lo responde.

Maldita manzana. Bendita manzana.

Pecado y gravedad. ¿Cuán grave es el pecado? ¿Pesa de verdad? ¿O es solo una cuestión de fuerzas?

Y lo que es más inquietante: ¿qué pensarán Blancanieves y Steve Jobs de todo esto?

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