Yo soy la censura. Soy lo que nadie ha de saber nunca. Soy lo que no se puede decir y lo que nadie quiere escuchar. Soy odiada mientras me necesitan. Sin mí, hay caos. Yo pongo los límites. Yo pongo el orden. Yo establezco la paz. Soy la mano en tu boca, soy la libertad para no decir, la coartada de cualquier secreto, el saco de lo impertinente, lo obsceno, lo soez. Soy la verdad engañada. No sigo porque no puedo. Porque estoy tan cohibida que no hay lugar para las palabras. No pueden salir, están condenadas. Y ya no soy yo. Porque me doy miedo.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
miércoles, 6 de noviembre de 2013
escritura automática
Apenas se levantó, ya le dolía la cabeza. Empezaba todas las mañanas igual: con los ojos empañados, las manos hinchadas y ese dolor agudo en el dedo gordo del pie izquierdo. ¡Qué coñazo! otra vez lo mismo. Estaba harto, cansado y saturado de los cafés en sobre. Prefería las almohadas débiles de un viernes por la noche. Esas noches en que se encontraba a escondidas con lo que empezaba a ser su juego favorito. Un vendaval de idas y venidas, de porqués ahogados en una charca podrida de deseos por cumplir. Y se sentía tan típico, tan estereotipado, que prefería no pensarse. Quería que otros le pensaran. Al fin y al cabo, así es como había sido siempre y así es como debía ser. No podía moverse sin hilos, no sabía hablar sin guión. Hasta el dedo gordo de su pie izquierdo pertenecía a otro. Me pertenece a mí. Yo te muevo, yo te indico, yo te obligo, te guío y te manipulo. Vas a ser lo que yo quiero que seas. No te rindas.
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