A ti, que me lees.
Tú que espías mis palabras, que robas lo que escupe mi mente, que absorbes mis sesos en cada letra.
Tú, que te empapas de mí aunque no quieras, que me escuchas resonar en tu interior.
Tú, que miras descaradamente mientras me desnudo.
A ti que te penetro sin permiso, que violo tus pensamientos. Me meto en tus ojos, poseo tus labios y perturbo tu silencio.
Tú, que eres yo en lo que lees.
Yo, que soy tú en lo que escribo.
Ahora. Aquí. Vamos al unísono.
No puedes desprenderte de mí. Te persigo mientras intento rehuírte.
Estamos condenados. Encadenados por la lengua.
Ahora mi lengua es la tuya.
Y, sin embargo, soy yo quien está a tu merced:
cierra los ojos, pasa página, apágame y sigue adelante.
Que yo seguiré aquí, pronunciándome en tu nombre.
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